Crónica campamentos verano 2012: segunda jornada

Crónica campamentos verano 2012: segunda jornada

Hoy martes nuestros hijos en La Salle se han levantado a las 8,30 y desayunado a las 9. Después de un rato de tiempo libre han visitado los animales de la granja y tras el almuerzo han hecho un taller de collage natural. La comida fueron lentejas y carne empanada. Nos confirman los monitores que no nos preocupemos que los niños con intolerancias alimentarias tienen menús especiales. A primera hora de la tarde como hacía mucho calor hicieron juegos a cubierto y después se bañaron un buen rato en la piscina. El ritual posterior lo conocemos por experiencia, ducha y cena (pizza y pollo). Antes de acostarse tenían programado un juego nocturno.

En Alta-Lai la diana sonaba también a las 8,30 y después de desayunar estuvieron jugando en equipos. Luego tuvieron un rato de piscina y la comida en el primer turno. En general después de comer les dejan un poco de dinero para que se lo gasten en el quiosco. Por la tarde se distribuyen en tres grupos para turnarse las actividades que corresponden (Quads, rocódromo y taller de manualidades) y acaban dándose un baño en la piscina. La cena fue sopa y salchichas con tomate. Parece que el apetito no falta después de todo el día de un lado para otro. Esta noche iban a hacer un juego nocturno en parejas y mañana toca una excursión de una hora hasta una cueva donde harán algo de espeleología.

Y ahora, sin venir a cuento en esta crónica os dejamos un pequeño texto de Eduardo Galeano titulado «La función del lector» para que lo disfrutéis en estos días sin hijo/a(s):

Cuando Lucía Peláez era muy niña, leyó una novela a escondidas. La leyó a pedacitos, noche tras noche, ocultándola bajo la almohada. Ella la había robado de la biblioteca de cedro donde el tío guardaba sus libros preferidos. Mucho caminó Lucía después, mientras pasaban los años. En busca de fantasmas caminó por los farallones sobre el río Antioquía, y en busca de gente caminó por las calles de las ciudades violentas. Mucho caminó Lucía, y a lo largo de su viaje iba siempre acompañada por los ecos de los ecos de aquellas lejanas voces que ella había escuchado, con sus ojos, en la infancia. Lucía no ha vuelto a leer ese libro. Ya no lo reconocería. Tanto lo ha crecido adentro que ahora es otro, ahora es suyo.

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